jueves, 24 de junio de 2010

Crítica literaria

cRetorno a la infancia en Diente de león

Beatriz Juárez González

Universidad Autónoma Metropolitana

Todo pasa y todo vuelve, eternamente

gira la rueda del ser. Todo muere, todo

florece; eternamente se desarrolla el año

del ser.Todo se rompe, todo se reajusta;

eternamente se edifica la morada del ser.

Federico Nietzsche

Mejor así decirlo:

¡Mamá, mamá, un diente de león, vamos a soplarlo![1] En estos versos del poema Diente de león Jesús Bartolo nos regresa a la infancia, primera memoria que recuerda a un pez o en palabras del poeta: “Ese salto de pez que fue la infancia […]” (p. 18) La metáfora que se nos presenta sugiere, desde luego, los inicios de la vida. El agua como el vientre materno y el salto del pez como el nacimiento del niño. Scheneider: “Señala que el pez es el barco místico de la vida, ya ballena o ave, pez volador o normal “pero siempre uso que hila con el ciclo de la vida”.[2]

El libro Diente de león tiene como animales principales al pájaro y al pez porque son éstos los que conducen el retorno a la vida y sobre todo el regreso a la infancia. De ahí que Jesús Bartolo ordene el libro en tres apartados: “Diente de león”, “Pájaro alebrijado” y “Peces de agua dulce”.

El pez es la infancia y el pájaro el hombre que se lanzó al aire. De tal manera lo dice el poema “Pez I” de Bartolo: “El hombre: / jamás tornará al pez, / y éste no retornará al aire: / dejaron de ser una misma especie, / imaginativa y testaruda. / Bifurcaron sus caminos en el instante del ahogo.” (p. 87)

El ciclo de la vida inicia con el pez que como ya se dijo es la infancia. De igual modo se construye el libro de Bartolo, comenzando con “Diente de león” poema que tiene como principal personaje a un niño que sopla un diente de león y al hacerlo hiere y es herido. Hiere a la flor al desintegrarla al viento y es herido a través de su sonrisa. Cito a Bartolo: “Las espirales del diente de león eran exactas, una sonrisa lo perseguía. / -Mi sonrisa gruesa y atrapada y peregrina, desde entonces vaga.” (p. 18.)

El viento recoge ambas heridas y la única capaz de sanar estas heridas es la buscahierbas, especie de curandera y conocedora de todo tipo de remedios, ella sabe que: “Sopla el niño sin pensar que su alegría de alguna manera hiere. / -Herir no es asunto de santos o malditos- dijo la buscahierbas.” (p. 26)

El viento eleva al diente de león con toda la intención de devolverlo alguna vez a la tierra, sin embargo no sabe en donde caerá la semilla, tal como se lo dice el yo lírico a la flor: “dromedeas diente de león entre el silbo angustioso de la caída, / más caerás por vida y tal vez por suerte en el traspatio donde un día/ tomaré la tarde en la que caes / y la aguardaré en el bolsillo izquierdo de mi rompedero.” (p. 23.) Como se ve, el viento sirve de mediador en el retorno, así lo explica también el poeta Saint- Pol Roux:

Teóricas del devenir o del volver a ser, esas almas pasadas o actuales, unas por nacer y otras muertas a la tierra, atizan su potencialidd hacia la antigua o la futura alegría de vivir, seres impersonales en busca de un valor tangible: entonces se precipitan cabalgatas que chocan y en donde se desgarran los huesos y la piel de su ambición, escalando los montes, inundando los valles en una vertiginosa impaciencia de ser. Es el viento que pasa.[3]

El libro Diente de león manifiesta a través de sus poemas la insistencia de nacer y morir, de irse y regresar. Aunque la añoranza mayor es la de la infancia, siendo que el niño es, como lo escribió Nietzsche en su personaje de Zaratustra: “[…] inocencia y olvido, un empezar de nuevo, un juego, una rueda que gira, un primer movimiento, una santa afirmación.”[4]

Por ello siempre se querrá regresar al niño y por eso se aplican toda clase de remedios para sanarlo, del cuerpo y del alma. Cito estos versos: “La buscahierbas te arreglará el alma con un soplido; / soplo aquel pegado que te espantó el mal aire y te enramó en pirul, / soplo en el mal de ojo y en el empacho que a untadas de huevo te alivió. / Soplo que al mediodía conjuró el espanto/ mientras mirabas pasar una semilla al viento.” (p. 20.)

La buscahierbas se vale de todas sus curaciones, sin imaginarse quizá que la vida se le va ir en ello, no importa, lo importante es salvar al niño, porque éste es origen: “Los asientos de agua con manzanilla –explica la buscahierbas- / tornarán al niño a su principio. / Entonces volverá a jugar con una pierna del aire a eso de la pelota.” (p. 31)

Todo juego antes de un soplido puede ser divertido para un niño, después el soplar es más que un juego, es una metáfora de la existencia, porque dice el poeta: “Los niños juegan a soplarle a la vida; no advierten que el sol intenta vomitar / y sin decir más encienden sus sonrisas. / Y sin decir más incendiaron con sus sonrisas.” (p. 43) Hay en cada niño que soplo un diente de león, el deseo de recuperar la vida y ésta sólo se conseguirá con la muerte, ya nos lo advierte el poema: “Los niños buscan en el aire la muerte que los arroja a la vida.” (p. 42)

Especie de suerte, si se recobra la vida, es lanzar al aire un conjuro que el poeta exclama: “Ábranse las bocas de la tierra en la caída, / con suerte la buscahierbas renazca de su herida y camine en trazos de nueve días como substancia de grito, / toda vez que el niño sople en alegría esta suerte.” (p.37)

No obstante, el retorno que será sin fin, recordará todas las heridas y de nuevo las recibirá, puesto que, dice Nietzsche: “La inmortalidad se paga muy cara. Hay que morir muchas veces mientras se vive.”[5] Hasta todos esperaremos a que: “[…] nazca la malva y, una vez más, al aire en semilla la devuelva.” (p. 36.)

Por un instante, el poeta deja la imagen del niño y se concentra en el hombre, con esto se forma el segundo apartado de Diente de león, que lleva por título “Pájaro alebrijado”. Los 13 poemas que hallamos aquí, nos presentan la imagen del pájaro que intenta cantar antes de sufrir la caída. Así lo observamos en el primer verso de esta parte: “Cantará hasta enramarse en tenso pájaro.” (p. 71)

De nuevo encontraremos en esta parte al viento como portador del sino, es decir, el viento que media entre el cielo y la tierra. Por eso el pájaro en su calidad de ave, aferra su canto a su última esperanza de saberse pájaro, de verse hombre, paradoja que se forma al ser el canto la causa de la caída: “Pájaro y hoja caen por canto.” (p. 73) o bien: “Por canto sabe: un día dejará la rama constelada del mismo tiempo.” (p.75)

Imágenes similares observaremos en los 13 poemas, lo particular se resalta mediante la representación que el poeta elabora en sus versos, los cuales llevan consigo la musicalidad de un pájaro que canta, construcción que hace el poeta a través de aliteraciones onomatopéyicas:

“Luneo lunática la luna” (p. 80)

“Abundaba con bondades y bondadosa luneaba todo envés” (p.80)

“Siega el ciego perdigón que late” (p. 82)

La insistencia en repetir sonidos iguales o parecidos consiste en asemejar el canto del pájaro y, también en mostrar que todo se repite, finalmente todo es un eterno retorno. Así mismo el binomio pájaro-hombre corre la suerte de un juego al tratarse de un pájaro o del disfraz de un pájaro: “Este pájaro no canta, es un disfraz del viento, / es un pájaro alebrijado con la suerte de un pájaro verdadero.” (p. 83)

Regresar a la vida, es volver al agua. Por lo tanto Jesús Bartolo finaliza su libro con el tercer apartado de Diente de león, el cual titula “Peces de agua dulce”, con ello el poeta retoma la figura del niño. El retorno a la infancia se vuelve de nuevo lo primero y lo último de Diente de león.

Llama la atención antes que nada, la atribución que se les da a estos peces, que no son de mar- agua salada, sino de agua dulce. Así para Bachelard: “El agua dulce dulcifica un dolor, por lo tanto es dulce.”[6] El dolor que hay que dulcificar es la herida que sufrió el niño al soplar un diente de león, cosa que manifiesta de nuevo el ciclo natural de la vida.

Por otro lado, vale atribuir al agua dulce un significado mayor, que bien explica Bachelard en su libro El agua y los sueños: “[…] el agua es una leche prodigiosa; la tierra prepara en sus matrices un alimento tibio y fecundo; sobre las orillas se dilatan senos que darán átomos grasos a todas las criaturas.”[7] Entonces, el agua es también alimento que nutre a la tierra y al aire, estando en relación con el pez y el pájaro. Los estudios de simbología que realizó Juan Eduardo Cirlot demuestran como: “El pez posee una naturaleza doble: por su forma de uso es una suerte de “pájaro de las zonas inferiores” y símbolo del sacrificio y de la relación entre el cielo y la tierra.”[8]

Como se ha expuesto, el libro Diente de león está diseñado para cumplir un ciclo, sírvase decir también, para realizar un retorno a la infancia. El último poema que se lee en Diente de león y que si quiere puede ser también el primero, manifiesta sin lugar a dudas el enfrentamiento que existe entre la vida y la muerte, y la certeza de que para vivir hay que morir.

He aquí el poema “Pez onírico”: Una tilapia me persigue. / Nada tras de mí, velocísima. / Gira alrededor mío, aletea de manera vistosa, / intensifica su color, muerde en mis costillas alevines, / detritos de mi infancia. / Freza en mi vientre y deja surcos de su vorágine. / Conozco el filo de sus dientes al desgarrar de mi pezón. / En sus ojos africanos la alquimia de los depredadores, me mira. / Correr provoca que embista con mayor ferocidad mis rodillas, / aspira el oxigeno que intento respirar; / pruebo abrir los ojos y el pez me los vacía de una tarascada. / Se multiplican las vueltas alrededor mío. / Un remolino de burbujas me alza. / Entro al saco vitelino de mi miedo. (p. 98.)

Lo fatal que puede existir en este último poema de Bartolo al imaginar la persecución de la tilapia, pez voraz, parecido a la piraña que se come a los otros peces, puede tornarse afortunado si creemos en las palabras que alguna vez dijo Juan José Arreola al pensar en la muerte: “Lo mismo da ir hacía la muerte que devolvernos al nacimiento. Ojalá y la muerte sea una reintegración y que el estar dentro de la tierra y ser abono y semilla sea una metáfora.”[9]



[1] Jesús Bartolo, Diente de león, Programa editorial compromiso, serie letras, México, 2009, p. 25. Todas las citas del poema serán tomadas de esta edición por lo que en adelante se anotará el número de la página seguido de la cita.

[2] Scheneider apud Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Ediciones siruela, Barcelona, 1997, p. 366.

[3] Saint- Pol Roux apud Gastón Bachelard, El aire y los sueños, FCE, México, 2006, p. 285.

[4] Federico Nietzsche, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para ninguno, Aguilar, Buenos Aires, 1951, p. 38.

[5] Federico Nietzsche, Ecce Homo, editores mexicanos unidos, México, 1981, p. 118.

[6] Gastón Bachelard, El agua y los sueños, FCE, México, 2003, p. 236.

[7] Ibid., p. 182

[8] Juan Eduardo Cirlot, op. cit., p. 367.

[9] Juan José Arreola apud Federico Campbell, “La mujer abandonada” en Arreola en voz alta, comp. y pres. de Efrén Rodríguez, Conaculta, México, 2002, p. 132.

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