El
arte de educar para la vida
El hombre tiene una nostalgia de la
creación; no se conforma con vivir sino que también necesita crear.
Juan José Arreola[1]
Hay nostalgia cuando se observan salones de
clases que inicialmente estaban llenos y después dibujan bancas vacías; existe
añoranza al pasar asistencia y no escuchar las voces de los que estuvieron antes
diciendo: presente; se percibe tristeza cuando los patios o lugares cercanos al
colegio están ocupados por estudiantes que deciden otorgar su tiempo fuera de
las aulas y no dentro de ellas y, el cuadro de melancolía aumenta al pensar en
el destino de esos jóvenes que de manera incierta van por la vida soltando
sueños y dejando esperanzas para entregarse a ilusiones artificiales. Madres
jóvenes que tendrán que aprender de otra manera, chicos que solicitarán empleo
en cualquier sitio para cubrir las necesidades primeras, generaciones de seres
humanos inconformes que renuevan la historia de una vida frustrada, el desencanto
de una existencia que se repite una y otra vez como un virus que se propaga y nadie
inyecta la cura. Son diversas las personas que no hacen, lo que realmente,
quisieran hacer. Es notable esa actitud en los rostros, en el lenguaje y, en general,
en las corporalidades. Basta con observar el paisaje de gente que transita por
las calles, atienden un negocio o prestan un servicio. Poca es la cordialidad,
la comunicación y la compasión, a menudo se esfuman en una sociedad de indiferencia
y apatía.
Las cifras sobre deserción
escolar son alarmantes, si bien en los últimos 25 años hubo incremento de la
matrícula a nivel bachillerato, la Secretaria de Educación Pública informa que
la tasa de abandono escolar es la más alta en educación obligatoria, cerca de:
“un millón 193 mil 497 niños y jóvenes decidieron abandonar alguno de los
grados escolares”.[2] Entonces
surge la rebeldía, ese deseo de cambio que detenga esa nostalgia venidera.
Y como un eco profundo y
contundente se escuchan las palabras: “Está al alcance de nuestras manos
descubrir hombres que puedan dar frutos muy valiosos y frecuentes”.[3]
Son los estudiantes quienes en un futuro inmediato lograrán el cambio o,
contrariamente, lo entorpecerán. La realidad actual muestra cómo los niveles de delincuencia juvenil en la ciudad de México
han aumentado considerablemente: “De acuerdo con […] reportes generados por la
Secretaría de Seguridad Pública de Ciudad de México, se advierte que en lo que
va de enero de 2018 se ha incrementado el número de detenciones de personas
cuyas edades fluctúan, en 80%, entre 15 y 29 años”.[4]
Jóvenes que, quizá, hallaron inservible la escuela, la creyeron aburrida y
monótona, llena de dificultades y sin un sentido práctico para la vida porque,
dice Arreola: “La educación de hoy está basada en el aprendizaje de
símbolos químicos, metales y metaloides. Eso no sirve para nada eso está en los
libros.[5]
Pero al estudiante se le enseña bajo la escuela tradicional de utilizar: “el
memorismo, la repetición pasiva que son como letanías […]”.[6]
La relación escuela y vida aparecen como mundos diferentes, a la mayoría de los
jóvenes sólo les interesa pasar materias, que se les asiente una calificación y
que su paso por la escuela haya sido un mero trámite para que se les otorgue un
certificado.
Sin embargo, aquél docente
que no se conforma con vivir (acto de repetir el ambiente escolar, monótono y
aburrido) y que de él emana el deseo de la creación, ambición para transformar
y crear a distintos estudiantes bajo una nueva escuela, se vuelve artesano y.
bajo un valor trabajo, se entrega a esta tarea con plenitud y conciencia del
compromiso complejo que está por emprender:
Comienza entonces a
elaborarse una imaginería del [maestro] artesano que se encierra en un lugar
legendario [el aula de clases] , como el obrero en el taller, y desbasta, pule,
talla y engarza su forma, exactamente como un lapidario hace surgir el arte de
la materia pasando en ese trabajo horas regulares de soledad y de esfuerzo.[7]
El estudiante acepta ser
creado, moldeado como una escultura que aspira a la perfección. A menudo,
muchos jóvenes salen de casa para hallar un sitio mejor. El núcleo familiar es
incierto, cada vez más divorcios, más violencia. Familias disfuncionales que
ofrecen a los jóvenes escenarios hostiles. La soledad y el abandono tan
presente siguiere ofrecer la escuela como una salvación: “No sabes de qué
tormentas vienen tus alumnos. A veces, el único lugar seguro que ellos tienen
es su salón y tu ejemplo”.[8]
Afuera está un mundo ficticio de olvido, depositado en las drogas y el alcohol,
este paraíso artificial cubre la realidad primera de los jóvenes, con un manto que
disfraza el dolor, la vida lastimosa que
muchos jóvenes cargan como un peso del cual quisieran deshacerse y no saben
cómo. Se reúnen en sitios cercanos a la escuela, compran o intercambian mariguana,
ese es el camino que eligen, quizá, cuando salieron molestos de casa por una
pelea con los padres, al ver la pobreza e incertidumbre en la que viven, al
reconocer que los tutores ofrecen todo menos cariño y atención, el papá falta a
la casa porque tiene otra familia, la madre murió y él quedo a cargo de los
hermanos pequeños, recuerdan la vez en que un familiar los violó, vuelve a su
mente el día en que su hermano se suicidó o, cuando sus compañeros de clase se
burlan de ellos por su aspecto, les cuesta trabajo relacionarse en el grupo, un
profesor les dijo que no servían para nada y los sacó del salón, recurren al
Cutting[9]
porque si el mundo los lastima, ellos también lo harán.
No obstante, cuando el ambiente se les presenta
grato, ellos aceptan y se quedan en ese taller del maestro artesano donde la
escuela es el territorio de la restauración, del modelado exacto para poder
vivir la realidad actual. Decroly pensó en una pedagogía activa[10]
en el aspecto práctico y tan urgente ahora en la sociedad del siglo XXI. Es necesaria
una educación donde el protagonista sea el alumno, el docente ha de trabajar
con él y “estar a la altura de las circunstancias actuales y cumplir su misión
con plenitud ayudando a resolver la crisis que padece el hombre de nuestros
días”.[11]
Se requiere de un lenguaje
común, especie de melodía entre el docente y el alumno. Este acto, quizá, es
uno de los principales retos, lograr una comunicación armónica. Pocas veces se
logra en casa, los padres trabajan y los hijos crecen acompañados de aparatos
electrónicos, de amigos virtuales que cubren la soledad eminente. En la
sociedad del conocimiento y la comunicación llamada así por Leonardo Boff[12],
surge la ironía ya que ni hay aprendizajes efectivos ni comunicación real. Cada
vez importan más los objetos que las personas. La sociedad contemporánea va
creciendo bajo esta epidemia de la incomunicación. La falta de cuidado es el
síntoma más doloroso dice Boff porque ya no se atiende lo verdaderamente importante
que es el ser humano y, por lo mismo, se avanza en la indiferencia y el
desinterés.
El docente que no se rinde,
es cuidadoso y continua su trabajo sabe que: “El maestro y la maestra deben ser
dichosos: han consagrado mediante sus estudios y su título, la profesión que
todos ejercemos en la vida. Todos somos maestros”.[13]
Algunas veces se enseña y otras se aprende pero solo en ese ejercicio del dar,
del proporcionar a los estudiantes lo que, a veces no se tiene en casa, es donde
germina la semilla del cambio.
“En el seno de nuestra
familia, en la universidad y en la calle nos sentimos aislados e incomprendidos
[…] nos hemos abandonado unos a otros”.[14]
Se juzga al joven, se le castiga y etiqueta, en variadas ocasiones se escucha
que los jóvenes de ahora ya no son como antes, estas generaciones están echadas
a perder, ya no respetan, son flojos, nada les interesa o les motiva. Pocas
veces se buscan las respuestas a la pregunta obligada ¿y por qué está sucediendo
esto? Es acaso que impera una división entre los estudiantes (jóvenes) y
maestros (adultos) donde los segundos seguirán viendo el error en los primeros
sin atender que:
Nada en el mundo será
bueno ni perfecto hasta que los hombres mismos lo sean, vale la pena poner
atención en el asunto: si los jóvenes de hoy quieren ser hombres mejores, los
hombres de ayer y hoy debemos ayudarlos a no equivocarse. [15]
El arte de educar para la
vida es un acto necesario, de sensibilidad y compromiso, en donde deben existir
las escuelas diseñadas como centros de interés, las clases estar en contacto con
la vida y generar estudiantes activos.[16]
Es parte del cambio, enseñar los contenidos de los programas proyectados hacia
la vida y orientados a lo emergente.
En diversos medios de comunicación,
en el transporte público y en el andar por las calles se ha percibido cómo el
reggaetón está entre los gustos musicales de los jóvenes de hoy en día, lo que
resulta, en efecto, una influencia en sus comportamientos y formas de pensar.
Los adultos como respuesta han argumentado una postura negativa hacia esa moda.
El conflicto entre generaciones divide, coloca en dos bandos lo de antes y lo
de ahora, se abre una brecha de incomunicación y descontento. Los jóvenes se
sienten incomprendidos por los mayores, y éstos, desilusionados de las preferencias
juveniles.
El contexto anterior sirve
de ejemplo para señalar la diversidad de gustos y preferencias no sólo en la
música sino también en otros ámbitos de la cultura y la política, por mencionar
algunos, y que involucran a toda la sociedad. El diálogo resulta ser la clave
para llegar a acuerdos. Educar para la vida es buscar la conexión entre los
jóvenes y los adultos, respetar libremente aquello con lo que se identifican y,
hasta cierto punto, los hace felices. Esa realidad debe servir al maestro y
usarla estratégicamente para comprender a los jóvenes. Si se enseña partiendo
de las realidades juveniles, ellos se sentirán tomados en cuenta, entenderán
que maestro y alumno pueden hablar el mismo lenguaje, estar en la misma
sintonía y luchar por las mismas causas. “Juventud no es la del que tiene 20
años. Joven es aquel que se conmueve ante cualquier injusticia en el mundo”.[17]
Si a los jóvenes se les informa
de lo que está aconteciendo no sólo en sus comunidades o alrededores sino en
todo el mundo, ellos atienden al llamado de solidaridad. Si se les hace una
petición o realizan un ejercicio que implica reflexionar y analizar situaciones
diversas, ellos actúan. En esas actividades se reconoce que son seres sensibles,
susceptibles a los cambios, lo que resulta ser un arma de dos filos. El estudiante
bien guiado (trabajado artesanalmente por el maestro) logrará grandes frutos en
un futuro próximo, en él florecerá la alegría y felizmente servirá a sus
compañeros, fortalecerá y reivindicará el rumbo de la humanidad con un espíritu
de compasión y cuidado hacia los demás. Por otra parte, el estudiante que se
sienta abandonado e ignorado por sus maestros escogerá un camino alterno,
guiado por la injusticia verá en pro de sí mismo, será egoísta y descuidadamente
andará por la vida, a veces dañará, como a él lo dañaron, en ocasiones actuará
irresponsablemente, se olvidará de los valores y no se preocupará por el
futuro, el presente se le mostrará hostil y así vivirá sin conciencia alguna.
Es verdad que la educación no
es propia de una escuela y por ello, no es en ese lugar donde, necesariamente,
se forjarán a las mejores personas. Muchos son los que sin ir jamás a una institución
educativa se han convertido en excelentes seres humanos. Lo cierto es que todo
parte de una educación, ya sea que ésta venga de la calle, de la casa, de la
familia o de cualquier lugar o persona. El buen actuar viene de una buena
educación. Si las avenidas están repletas de basura es porque no hay una
educación de la limpieza y el cuidado. Si las personas empujan, gritan y roban
en el transporte público es porque no hay una educación hacia el respeto. Todos
somos maestros dice Arreola pero yo creo que pocos realmente asumen esta responsabilidad,
quizá sólo lo hacen aquellos que sienten una especie de nostalgia y no se conforman;
éstos son los maestros artistas que crean, con la confiable esperanza de un
futuro mejor.
Bibliografía
Arreola, Juan José. 1973. La palabra educación. México: SEP/SETENTAS.
Barthes, Roland.1973. El
grado cero de la escritura. México: Siglo XXI.
Boff, Leonardo. 2001. El
cuidado esencial. Ética de lo humano compasión por la tierra. Madrid:
Editorial Trotta.
Londaño Ramos, Carlos A.
2001. “La escuela para la vida y por la vida” El impacto de Ovidio
Decroly en la Pedagogía y la Universidad de Colombia. Disponible en: [https://contextoseducativosinteractivos.files.wordpress.com/...]. (Con
acceso el 04/02/2018).
Llanos Samaniego, Raúl. (21 de enero de 2018). Jóvenes la
mayoría de delincuentes detenidos en la ciudad, reporta SSP. La Jornada. p. 27. Disponible desde
internet en: [http://www.jornada.unam.mx/2018/01/21/capital/027n1cap]. (Con
acceso el 11/03/2018).
Moreno, Teresa. (21 de agosto de 2017).Deserción escolar
infrenable: SEP. El Universal.
Disponible desde internet en:
[http://www.eluniversal.com.mx/nacion/sociedad/desercion-escolar-infrenable-sep]
(Con acceso el 06/04/2018).
[1] Juan José Arreola. 1973. La palabra educación. México:
SEP/SETENTAS. p. 162.
[2] Teresa Moreno. (21 de agosto de
2017).Deserción escolar infrenable: SEP. El
Universal. Disponible desde internet en:
http://www.eluniversal.com.mx/nacion/sociedad/desercion-escolar-infrenable-sep.
[4] Raúl Llanos Samaniego. (21 de enero
de 2018). Jóvenes la mayoría de delincuentes detenidos en la ciudad, reporta
SSP. La Jornada. p. 27. Disponible
desde internet en: http://www.jornada.unam.mx/2018/01/21/capital/027n1cap.
[5] Juan José Arreola. op. cit.
p. 73
[6] Carlos A. Londaño Ramos. 2001. “La escuela para la vida y por la vida”
El impacto de Ovidio Decroly en la Pedagogía y la Universidad de Colombia. Disponible en: https://contextoseducativosinteractivos.files.wordpress.com/...
[8] Frase que circuló en las redes
sociales como parte de la Pedagogía-Proactiva.
[9] El Cutting se ha convertido en un
hábito, especie de moda entre adolescentes que se auto lastiman como una forma
de expresar sus sentimientos de sacar esas angustias que se vuelven incontrolables.
Se liberan cortándose los muslos, los brazos o el abdomen con cuchillos,
tijeras o cortantes.
[10] Véase
Carlos A. Londaño Ramos. op. cit.
[11] Jua José Arreola. op. cit.
p. 96.
[12] Leonardo Boff. 2001. El cuidado esencial. Ética de lo humano compasión
por la tierra. Madrid: Editorial Trotta
[13] Juan José Arreola. op. cit.
p. 123.
[15] Ídem.
p.p. 81-82.
[16] Los centros de interés son propuestos
por Decroly como una forma de integrar el trabajo manual, el juego y el
aprendizaje. Véase Carlos A. Lodañ o Ramos. op.
cit. p. 143.
[17] Juan José Arreola, op. cit.
p. 64.